La primera vez que he leído, muy rápido una carta al Director en El País de hoy 20 de octubre de 2012, he pensado que era una chorrada; cuando he terminado de "ojear" el periódico, he vuelto a la carta y la he leído más despacio; me he ido a la calle a comprar unas cosas, iba solo, y la carta de marras se ha puesto en primer plano en mi cabeza; al llegar a casa la he vuelto a leer, y me he dado cuenta de no era una chorrada, sino una charada, que admite muchas y diferentes modos de entenderla. Estoy seguro de que el autor de la carta no ha ido más cerca que yo, ni más lejos. No suelo leer las cartas al director, pero algunas, por su título, las repaso por encima, como otras muchas páginas de cualquier periódico; esto me he ocurrido al principio.
En el paseo, con la carta casi delante de mis ojos, la he leído varias veces, interpretando su sentido siempre igual. Es una charada; palabra que no habría recordado si no fuera porque hace unos día volví a ver la película de Hitchocock cuyo título es Charada. Ya sé que amplío la significación de la palabra, igual que ocurre en la película, porque en este caso son las ideas, no las palabras -en la película son los hechos, no las palabras-, las que pueden tener sentidos diferentes según se las quiera tintar. Para mi el firmante de la carta al director pone al descubierto una de las contradicciones que tiene la LOMCE -que de momento es solo un proyecto, al igual que otras muchas cosas que dice el gobierno que quiere hacer; se quedan en manifestaciones-, entre lo que pretende: ampliar, mejorar la empleabilidad de los alumnos, y lo que de verdad legisla, que vuelve a ser lo mismo que estudian los alumnos desde la Ley Moyano; por lo menos el mix de asignaturas, materias, áreas de conocimiento, etc. Hace algunos dos o tres años ya lo comenté en una de las entradas de este blog; que conste que la apreciación es, originalmente, de Víctor Pérez-Díaz.
El mercado de trabajo. Vaya manera de tratar a las personas; igual que lo de "recursos humanos". Recuerdo que fui muchas veces con mi abuelo a comprar caballos al antiguo cauce del río Turia, en Valencia, muy cerca del puente de madera, y siempre me decía que íbamos al "mercado de caballos". Pues eso, el mercado de trabajo es , casi, como un prisma de mil caras, que refleja realidades distintas según la cara que se elija para analizarlo. Una de ellas es el subempleo de los titulados superiores; que se debe de llamar subempleo porque los "superiores" no están para ciertas ocupaciones, por su titulación, claro, no por otras cosas, y porque, se dice como axioma, que es una inversión en formación desaprovechada. ¿Quién pierde con el subempleo? La respuesta que se da bote pronto a esta pregunta es que quien pierde es el país entero; ¡casi nada! Por ejemplo; un arquitecto que se pasa todos el día en un estudio delante de un ordenador dibujando (bueno, ahora le llaman diseñando) el proyecto que sea, incluso sin conocer el total del proyecto, está haciendo un trabajo que económica y financieramente rentabiliza su larga formación; ¿no nos acordamos de que ese trabajo lo hacían, hasta hace unos años, lo delineantes? ¿no nos acordamos que "delineante" era un título medio? ¿Existe el subempleo, o es la cara del prisma que nos refleja una interpretación de la realidad interesada? Me parece que es una manera de ver la formación académica, es decir, el aprendizaje escolarizado, incluida la Universidad, como si fuera un cursus (que traducido es :"carrera") honorum, y el que no llega a la meta que su titulación le había predicho cuando empezó, es un perdedor.
Si el mercado de trabajo ha cambiado, lo han cambiado quienes pueden hacerlo, habrá que cambiar esa "carrera" para llegar a ser un empleado, e incluso un emprendedor. El sistema escolar, hasta los estudios de postgrado, no es un aval de un "empleo" bien pagado, ni tampoco propicia "emprendedores" - es decir, auntoempleados-; es un "cursus honorum" en su mejor sentido, y sirve para conocer, conocerse, entender, discernir, etc. Un ejemplo, algo salvaje, sí; supongamos que una persona sin formación escolar ninguna entra en un museo, y se para delante de un cuadro, podrá gustarla pero no sabrá por qué, y es dudoso que vuelva a entrar; si quien entra sabe algo de historia del arte, tiene formación estética, sabe por qué le gusta el cuadro, podrá saber quién lo pintó, y podrá reproducir, fuera del museo, los mismos sentimientos que le indujo la visión de ese cuadro.
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