viernes, 19 de febrero de 2010

Los padres y la educación.

El pequeño debe saber dar golpes, decir injurias, debe tener lo que pide a gritos y hacer lo que quiera; así los padres, halagando y mimando a los niños cuando son pequeños, corrompen en sus hijos los principios de la naturaleza y se lamentan luego al gustar las aguas amargas cuando son ellos los que han envenenando la fuente; en efecto, cuando creen los niños, y con ello sus malos hábitos;cundo son ya demasiado grandes ora ser doblegados y los padres no pueden ya hacer de ellos sus juguetes, entonces no se oyen más que lamentos. Los padres los encuentran indóciles y perversos; les sorprende su terquedad; les aterran sus malas inclinaciones, que ellos mismos han infundido y fomentado, y entonces, quizás demasiado tarde, quisieran arrancar estas malas hierbas que han plantado con sus propias manos y que ahora han echado raíces demasiado profundas para que puedan ser fácilmente extirpadas. Si se ha acostumbrado, en efecto, al niño a hacer su voluntad en todas las cosas desde que estaba en mantillas. ¿Por qué sorprende que desee y se esfuerce por hacer lo mismo cuando gasta pantalones? Claro está que, a medida que se aproxima a la edad del hombre, sus defectos tienen más relieve; de suerte que hay pocos padres bastante ciegos para dejar de percibirlos, pocos tan insensibles que no sientan los malos efectos de su indulgencia. El niño ha dominado la voluntad de su aya cuando aun no ha sabido hablar o andar, ha vencido a sus padres desde que supo vestirse, y ¿por qué queréis que ahora, de pronto, domine sus caprichos y se doblegue ante la voluntad ajena? ¿Por qué ha de perder a los siete, a los catorce o a los veinte años el privilegio que la indulgencia de los padres les ha concedido durante tanto tiempo? (...)

(...) El que no haya contraído el hábito de someter su voluntad a la razón de los demás cuando era joven, hallará gran trabajo en someterse a su propia razón cuando tenga edad de hacer uso de ella.

LOCKE, John, Pensamientos sobre la educación, Akal, Madrid, 1986, p. 67 y s. (La primera edición, la publicó Locke n 1693).

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