domingo, 15 de septiembre de 2019

Apertura del curso académico 2019-2020.

Al inicio de los cursos académicos las editoriales españolas suelen lanzar novedades sobre el sistema educativo español. En la apertura del curso  19-20 la primera referencia que conozco es la reseña que El País del 15 de septiembre publica sobre el libro "Devaluación continua", de Andreu Navarra, de la editora Tusquets. Es obvio que no he leído el libro y también que pienso leerlo. Lo cito porque me da pie para escribir unas líneas sobre qué es importante en el sistema escolar conforme mi modo de ver el asunto.

En 1992 el periódico El País publico una revista con motivo de la Expo de Sevilla, que abordaba la realidad española y europea desde muy diverso prismas. Uno de los artículos se centraba en la educación; autor francés; no sé donde tengo esa revista, aunque sé que está por casa. Lo que me importa ahora es que recuerdo que hacía mucho hincapié en la necesidad de clarificar y concretar los fines del sistema escolar o educativo. Es uno de los elementos que el libro citado, según opina el reseñador, considera vital y primordial. 

Coincido con ambos textos. Me cuelgo de la opinión de William Johnson que, hace más de ciento cincuenta años se dirigía a los alumnos de Eton en la apertura de curso con estas palabras:



Al venir a esta escuela os comprometéis a una tarea no tanto de adquisición de conocimientos cuanto de realización de esfuerzos intelectuales mientras os sometéis a la crítica. Podéis conseguir cierto caudal de conocimientos; y no debéis lamentaros por la horas empleadas en acumular lo que acabaréis por olvidar, pues la sombra del conocimiento perdido al menos os protegerá de muchas ilusiones. Pero venís a una gran escuela no para adquirir conocimiento , sino para adquirir artes y hábitos: el hábito de la atención, el arte de la expresión. el arte de daros cuenta en un simple momento de una nueva idea, el hábito de someteros a censura y refutación, el arte de indicar asentimiento y desacuerdo de manera graduada y medida, el hábito de fijaros en los detalles con exactitud, el hábito de saber hacer las cosas a su tiempo, el gusto y la discriminación, el valor mental y la sobriedad mental. Sobre todo, venís a una gran escuela para conseguir el conocimiento de vosotros mismos.

(Tomado de PÉREZ-DÍAZ, Víctor, La esfera pública y la sociedad civil, Santillana- Taurus, Ciencias sociales, Marid, 1997, pág. 151 y s. Este autor toma la cita de ROSOVSKY, Henry, The University: An Owner´s Manual, Norton, Londres, 1990.

Para comenzar cualquier debate sobre los fines del sistema escolar puede valer esta descripción, porque resume  cualquier preámbulo de cualquier ley orgánica y sus primeros artículos en los que se concretan los fines. Los legisladores intentan concretar todos los fines del sistema que la realidad social del momento demanda y, así, se llega a listados prolijos con fines indeterminados por causa de la abundancia interminable de dianas, ignorando el lector a qué diana apuntar para empezar.

En segundo lugar, si llegamos a un acuerdo sobre el fin concreto del sistema escolar, debemos considerar que cada apertura de curso académico abre la puerta del sistema a un colectivo de millones de alumnos que son  todos nuevos, y ocurre cada mes de septiembre, porque todos los alumnos tienen un año más; visto desde los ojos de un maestro de primaria, sus alumnos y alumnas de primero de primaria siempre tienen seis años y son nuevos y distintos cada curso, y debe enseñarles lo mismo y atender a la educación de personas que todos los años tiene seis años.

Puede parecer que a partir de los fines y de los educandos ya se pueden meter las manos en los elementos académicos y educativos de cada etapa y de cada curso, sin más. Pero no podemos olvidarnos de que en sistema escolar interactúan los alumnos, los profesores, las familias, las autoridades educativas y toda la sociedad. Una realidad, en resumen, mucho más compleja de lo que los legisladores, los académicos de la pedagogía y la psicología, y la sociedad entera están dispuestos a aceptar, porque definir y controlar exige una reducción jivarizante de la realidad a la que atender.

Embarcar a los cinco componentes personales del sistema escolar en los constreñidos contornos que concretan el sistema escolar es algo así como reinventar el camarote de los hermanos Marx, en el que caben todos y todo. Ese todo en singular incluye, por supuesto, todos los embrollos sociales que el sistema escolar debe atender; un ejemplo histórico: cuando se destapó el SIDA, todas las administraciones (OCDE, MCE, Estado, Comunidades, Ayuntamientos, Facultades de Pedagogía y Psicología, etc.) se quedaron mirando a  los profesores de Primaria y Secundaria, exigiendo que prepararan a sus ante esa realidad, ignorando todo de qué se trataba y qué debía explicarse; este fenómeno se repite ante cualquier problema social; valga una de las últimas descargas en el sistema: enseñar a los alumnos economía financiera para que los timen.

Según la reseña del libro de Navarro, el libro se centra en los alumnos y en los profesores. Los primeros, absortos en el mundo del teléfono móvil, y los segundos (insuficientes y envejecidos) sin formación para recoger a estos educandos. 

Una parada en estas reflexiones. En un libro escrito por un inspector de educación francés en los años sesenta del siglo pasado, concluía que el fracaso escolar nació cuando un inspector de educación hizo la primera estadística de las notas académicas, y decidió que los alumnos suspendidos habían fracasado. Dispongo de un poso realmente inconsciente de que el sistema escolar no funciona porque es memorístico y los profesores se limitan a explicar; y digo poso porque lo vengo oyendo y leyendo desde que tengo uso de razón; entre otros muchos, y son muchos, seguro,  también acusa Montaigne, y quien lo quiera puede pedirme la cita concreta.

En uno de los tres libros de Harari, escribe sobre el sistema educativo, y se refiere en concreto a las mil quinientas soluciones exclusivas para los problemas del sistema escolar. Desde que lo leí hasta hoy esa cifra puede estar alrededor de las dos mil. Y los sistemas escolares/académicos/educativos siguen arrastrando todas las críticas que los cinco actores del mismo vierten de continuo. La última que conozco, el libro cuya recensión he citado al comienzo.

Es evidente que no dispongo de ningún cuadro teórico que preste soluciones al embrollo del sistema escolar (desde los tres años hasta el doctorado). Si lo tuviera no habría escrito todo lo anterior; además, porque no quiero aportar la solución dos mil una, y caer en la odisea del apagón tras brillar un día en algún periódico o en algún centro/colegio.

Dos mil, y seguramente son más. Infomes FOESSA, libros blancos previos a textos legales. el "famoso" informe de quinientas páginas sobre el fraccionamiento del conocimiento,etc. En las estanterías, solo en algunas. Todo ese material, importante en cada momento, en el olvido, sobrepasado por la realidad social que, no solo avanza/retrocede a su aire, sino que también se resiste a ser encajonada en cualquier molde.

No se puede partir de cero, claro, y menos en el tecnológico siglo XXI (sin ironía, habría dilucidar qué tecnología mejora el funcionamiento de las aulas, al igual que el libro de texto, que tardó unos quinientos años en aparecer tras el invento de la imprenta). Pero sí se puede partir de mirar y ver, en serio, lo que ocurre en las aulas, que parece que es algo de lo que aporta el libro reseñado.








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