En los los últimos diez años se han publicado decenas de libros y artículos sobre, no, más directo, contando "experiencias pedagógicas únicas", que se publicaban, cómo no, en septiembre y octubre, al comienzo de curso, rebuscando compradores y buscadores de "la solución". Sí, eran, y siguen siendo, únicas; incluso aunque, como ocurre hoy en día, algunas sean seguidas por miles de profesores y por centenares de miles de alumnos.
Ni el sistema escolar es necesariamente educativo, ni puede aportar por sí solo la solución a las cuestiones sociales más candentes -no sé si las más importantes-; menos aún si la solución se busca solo en el mundo de la pedagogía; incluso menos aún si se le encarga al sistema escolar solventar, aceptando un término abstracto, la empleabilidad -también se habla de la "centralidad" política, ¡toma ya!-, solventar, repito, la existencia de un alto porcentaje de paro laboral. No sirve solo la pedagogía, porque si fuera así, hace un centón de años que habrían sido resueltos todo los problemas de su actualidad y de la nuestra. No sirve solo la instrucción (por eso acepto la existencia del "sistema escolar" y niego que sea en modo alguno "educativo), porque cada uno y una de los alumnos (infantes, niños, adolescentes y jóvenes, y por ende, personas en crecimiento, sí, pero personas) tienen realidades diferentes, necesidades diferentes, sueñan con futuros diferentes. Salvo porque, al final, aceptan la prédica diaria de que deben estudiar para poder alcanzar un futuro en la sociedad de los adultos, a la que irremediablemente, aunque se resistan, llegarán. Es curioso que cuando se les argumenta con el "futuro", su futuro inmediato es el viernes y el sábado siguiente, o el examen del martes, y los adultos (profesores, padres y toda la sociedad, incluidas las personas que escriben o hablan en periódicos y emisoras) les hablan desde su presente, del que muchos reniegan, aunque solo internamente y nunca lo confiesen.
Tendremos que hacer un esfuerzo para que, sobre una mesa limpia de papeles y antecedentes, seamos capaces de encontrar una vida digna y útil para los infantes, los niños, los adolescentes y los jóvenes, para que cuando se encuentren fuera del gineceo, como Aquiles, hayan adquirido la capacidad de ser adultos a pesar de su diosa madre; siguiendo con el símil, no todos se encontrarán con un Ulises que les busque y les arrastre a la batalla. El sistema escolar hoy vigente, que nace en Prusia para solventar cuestiones militares, que en la Revolución francesa se busca para cohesionar a la República como nación independiente, y que se expande después de la II Guerra Mundial, como ya adelanté en el número 3 de esta serie, buscando una vida mejor a través de la formación académica, se apoya en una sociedad que hoy ya no existe; se ha transformado, o se ha renovado una vez más en la historia. La globalización, a pesar de las renuencias nacionales que hoy rebrotan, ha contribuido a plantear cohesiones sociales parciales para, en algún caso, llegar a entidades nacionales, o más allá. Los ejércitos se han profesionalizado, mecanizado e informatizado; no basta saber leer y escribir para ser soldado raso. La formación académica no garantiza, nunca lo ha hecho, una vida mejor; casi siempre se entiende "mejor" por "más dinero", más relevancia", y, en último caso, un escalón social más alto que el de los padres; la movilidad social, prometida si se sigue fielmente el "sistema escolar", siempre ha sido excepcional, nunca ha sido efectiva entre la mayoría de los "estudiantes".
La continuidad del sistema escolar vigente, teniendo en cuenta todos los retoques que se quieran hacer, no implica una finalidad digna y útil para el mismo. Hay que inventar, encontrar por pura suerte, una finalidad nueva, digna y útil que garantice la educación personal -sin estar al servicio de nada ni de nadie, ni siquiera del empleo laboral- de cada una de las personas. Se ha roto la realidad social de que la surgió la definición de educación de Durkheim que, hasta hace bien poco, he defendido como la mejor. Sí, fue la mejor para otra realidad social; ni el contenido de la trayectoria hasta la edad adulta, ni su finalidad (ocupar el puesto social asignado a cada uno) se sostienen hoy; los próceres de la sociedad se agarran al viejo sistema escolar, y lo retuercen de mil maneras, pero ese es un camino que no lleva a nada nuevo, y estamos asistiendo, ya hace años, al alumbramiento de un sociedad con entidad y finalidad nuevas, distintas, diferentes; no responder a estas interpelaciones de la realidad únicamente retrasará la muerte, agónica, por supuesto, del vigente sistema escolar. Lo más duro es que también se llevará consigo el sistema educativo que justificaba el sistema escolar.
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