jueves, 28 de marzo de 2013

Libertad de cátedra y ¿el CEU?

Durante casi un siglo profesores de Universidad y de Instituto -no olvidar que las clases de historia  se establecieron en los Institutos antes de que existieran las facultades de Historia, y su docencia se encomendó, a falta de titulados, a los catedráticos de Instituto de Literatura- pelearon, frente a la Iglesia y al poder político conservador -al servicio éste de la verdad religiosa- por la libertad de cátedra.

Libertad de cátedra significa, en esencia, que no existen, ni deben existir, condicionantes religiosos ni políticos para el establecimiento del programa de una materia universitaria y para la exposición de la misma; el único condicionante es la verdad científica. El debate viviente en el siglo XIX fue, sobre todo, frente a la "verdad" de la Iglesia católica, frente a los Obispos, que pretendían "vigilar" y "determinar" ideológicamente lo que se decía y defendía en las aulas, aún en contra de la investigación científica.

A partir de estas bases es posible deslindar la realidad, que se complica cuando los alumnos no pueden elegir no asistir a las clases de un profesor que expresa en el aula disparates científicos; porque si fuera posible, bastaría con dejar esas aulas vacías de alumnos. Reconozcamos, aunque el CEU pretende lo contrario, que es complicado compaginar las verdades científicas y las "verdades" dogmáticas de la iglesia católica. Valga como ejemplo una cita:

Los únicos procesos conocidos que pueden haber transformado el genotipo de un animal simiesco prehumano en la dotación genética humana actual son las mutaciones, la reproducción sexual, la deriva genética, el aislamiento geográfico y la regulación social del matrimonio. (Dobzhansky Thodosius, Genetics and the Origin os Species; citado por Arsuaga y Martín-Loeches, en "El sello indeleble", Debate, Barcelona, 2013, pág.38).

La única variable humana, de las señaladas por el autor, es, precisamente la "regulación social del matrimonio", afirmación científica que choca de frente con lo defendido por una profesora del CEU de Valencia. ¿Volvemos cien años atrás en las aulas universitarias?